El inclusivo con E, lenguaje de centroizquierda

 

El inclusivo con E, lenguaje de centroizquierda

 

Tengo que aclarar de entrada que me parece muy positivo el llamado “lenguaje inclusivo”, que desde hace ya algunas décadas intenta reconocer el papel novedoso de las mujeres que desarrollan nuevas profesiones o asumen nuevos cargos (jueza, ministra, presidenta, etc.). Algo diferente ha pasado con el “inclusivo con E”, que en estos últimos años ha acaparado la atención exclusiva de la gente, de las redes y de los medios, al punto de que hoy se identifica “lenguaje inclusivo” con esta modalidad con E, que genera diversas dificultades, sobre todo para sus propios hablantes.

De ninguna manera cuestionamos que existan cambios en la lengua o que haya que impedirlos, las mutaciones y las transformaciones son una característica constante de las lenguas. Tampoco se ha planteado que los cambios no puedan provenir de una decisión personal: cuando surge un cambio en la terminología o en el vocabulario, es muy probable que haya sido propuesto por una persona. Hace poco un partido político español propuso llamar a su vocera (en el espíritu de los cambios de cargos femeninos señalados más arriba), “portavoza”. Yo no cuestiono la propuesta, ¿pero se impuso? ¿Se ha generalizado? ¿Todos, o una buena parte, de las fuerzas políticas de Hispanoamérica han adoptado ese cambio?

Allí radica uno de los problemas de los cambios en la lengua: deben ser adoptados por una cierta mayoría de la población. No importa si el cambio es racional o no lo es, lo que importa es si se impone. Las palabras “desnudo” o la más actual “precuela” carecen de lógica desde el punto de vista de la etimología, pero las dos se impusieron (una hace muchos siglos, la otra hace unos pocos años) y no tiene sentido objetarlas.

Pero el “inclusivo con E” no actúa en el nivel de la terminología o el vocabulario sino en el de la gramática, es decir la concordancia de género y número, el más habitual y el más importante de la flexión verbal del castellano. ¿Podría igualmente tener éxito? Veremos.

Así como Saussure planteó que los cambios en la lengua no pueden ser racionalizados, tampoco la lengua puede ser controlada por el hablante, o al menos se la puede controlar muy poco. La fonética, los hábitos, las costumbres, prevalecerán casi siempre en la boca de los hablantes. La lengua es poco controlable, y eso se nota justamente en que una persona puede controlar, por ejemplo, algún aspecto de la terminología (y lentamente, si quiere, acostumbrarse a decir “presidenta” y no “presidente”), pero le resulta casi imposible habituarse a hablar de una manera que niega su fonética y sus costumbres gramaticales.

Así vemos que el inclusivo con E aparece en los saludos y apelativos iniciales (“Hola a todes”), pero dos frases después dice “son pocos los que”… ¿no era “poques”? O más adelante habla sin pudor sobre “los diputados”. Escuché decir a una persona, tratando de mantener el inclusivo con E, “los alumnes”. Si el sustantivo va con E, el artículo también debiera concordar. ¿O se plantea que ya no importa ni la concordancia ni la coherencia general del lenguaje?

Lo que así se observa es que, cuando la persona puede controlar su lenguaje, al principio de una alocución, recuerda que está hablando de personas y que debe realizar el cambio lingüístico “deseado”. En cuanto pone el foco de su cerebro en el contenido de su discurso, desaparece la capacidad de controlar aquello que se opone a su costumbre lingüística y se pierde la posibilidad de modificar artificialmente su lenguaje.

Por supuesto, existe una mayor posibilidad de control cuando el discurso es escrito. Cuando el discurso es oral, y sobre todo cuando la persona está en ánimo de discusión o en situación emotiva, el inclusivo con E brilla por su ausencia.

 

Nadie habla con el inclusivo con E

 

Esto nos lleva a concluir que nadie habla con inclusivo con E. Aunque la gente lo use en las breves partes del discurso que se pueden controlar, se puede decir sin temor a error que el 90% de la gente, el 95% del tiempo, no utiliza el inclusivo con E. Insistimos en que nadie habla con este tipo de variedad, en el sentido oral del término. En la escritura aparece con algo más de frecuencia, pero aun así en un sector ínfimo de la población, que cree que se utiliza mucho porque se ha convertido en un factor identitario. El inclusivo con E reina en las redes sociales (escritas), pero tiende a desaparecer en los intercambios orales, justamente porque el hablante pierde la situación de control, más allá de los saludos iniciales.

Si escuchamos radio, leemos diarios o sitios en internet y leemos libros, vemos que el inclusivo con E sólo circula en las redes sociales, y de manera minoritaria. ¿Y se pretenderá que los correctores de libros y revistas acepten una nueva norma que los mismos hablantes no conocen? Los partidarios del inclusivo con E debieran empezar cuestionando a todo corrector como un representante de la “opresión”, y reclamar a la vez absoluta libertad para todo tipo de escritura en cualquier género discursivo. ¿Por qué un “corrector” tiene derecho a suprimir los llamados errores ortográficos y por qué un estudiante, un periodista o un intelectual no tiene derecho a incluir en su texto palabras populares, solecismos, reiteraciones, etc.? La discusión por el inclusivo con E, si se diera de manera coherente, debería terminar planteando la eliminación de toda regla lingüística y la supresión de todo tipo de corrección en los escritos. Si no se suprime a los correctores, entonces empecemos por entender cuál es su rol y saquémonos de la cabeza la idea de que las reglas las imponen “los poderes reales” o alguno de los malvados imaginarios del kirchnerismo.

Cuando se insiste en que “las jóvenes” o “las nuevas generaciones” hablan en inclusivo con E, se parte de una realidad minoritaria, considerada con lentes de aumento. La adolescencia es especial en este tipo de cambios en el lenguaje, propuestas transformadoras y juegos fonéticos. Era reconocida la capacidad de algunos jóvenes, de hace algunas décadas, para hablar en jeringoso, o en rosarigasino. Esa capacidad de los adolescentes actuales con el inclusivo con E no niega el hecho de que ellos han sido educados con la flexión adjetival habitual, que lo han hablado, que lo escuchan todos los días en la televisión, en los medios, en sus docentes, y que lo utilizan a diario cuando “pierden el control” de su lenguaje. La fonética se impone, se impondrá cuando se integren al mercado laboral y se impondrá incluso cuando tengan ellos mismos que ser adultos y padres, formando a las nuevas generaciones.

Suponiendo que “las adolescentes” hablan con inclusivo con E, ¿de qué porcentaje de la juventud estamos hablando? Un docente con experiencia en escuelas secundarias técnicas refiere que los alumnos se reían del inclusivo con E, decían que no se entendía y no lo utilizaban. Una docente en los barrios pobres de Mar del Plata comentó que cuando trataba de explicar el inclusivo con E era criticada por los propios alumnos, que desconocían completamente esa modalidad. Entonces, ¿cuál es el alcance de este nuevo lenguaje? ¿No será, como se ha dicho multitud de veces, una realidad propia de un sector vinculado a la marea verde y la “ideología de género”? Si es así, ¿se postula que todos y todas las que apoyaron las luchas de la marea verde hablan en inclusivo con E? ¿Existe alguna evidencia concreta de esto? Más bien me inclino a pensar que la fonética vence a los artefactos.

 

Razones lingüísticas

 

Por supuesto, fue Saussure quien recalcó que la lengua cambiaba, pero nunca por la intención consciente y racional de los hablantes. El centro de su teoría era la fonética, porque afirmaba que ésta se hallaba en el centro de las prácticas discursivas. Volóchinov, en El marxismo y la teoría del lenguaje, habla del “signo ideológico”, pero, en primer lugar, nadie puede negar que se está refiriendo a la terminología y de ningún modo a la “ideología” de la flexión verbal. Igualmente, también podemos aceptar que la flexión verbal no tiene por qué ser ajena a esa realidad ideológica. En segundo lugar, aclaraba que el signo participaba de la lucha de clases porque cada sector o clase social le adherían a las palabras un “acento valorativo”, y así el valor de cada signo dependía de la vivencia que los hablantes (no individualmente, sino como clase) tenían de su uso. Quiere decir que el valor no estaba en el signo mismo (Volóchinov deja en claro la naturaleza neutra del signo en sí mismo) sino en las intenciones o en el uso concreto que el hablante imponía a esa palabra.

Que el signo es neutro y que su valor depende del uso (es decir que la palabra no vale por sí misma, sino en tanto el hablante la utiliza en algún sentido o en otro) se puede observar en palabras que en principio son ofensivas, pero luego son aceptadas por aquellos mismos a quienes se ofende. Por ejemplo, las denominaciones de muchos grupos políticos han comenzado siendo críticas y luego han sido aceptadas por sus partidarios, de la misma manera que los aficionados de Boca Juniors aceptan ser llamados “bosteros” o los de River Plate “gallinas”. Inversamente, una palabra que aparenta ser “objetiva”, como una nacionalidad, puede ser utilizada de forma discriminatoria (los alumnos de la escuela primaria se insultan llamándose mutuamente “boliviano” o “paraguayo”).

Estas últimas observaciones son importantes porque, como se verá, los críticos del “lenguaje heteronormativo” no tienen en cuenta la intención de los hablantes sino una naturaleza intrínsecamente reaccionaria en las palabras, aunque sus hablantes no tengan esa intención. Es necesario insistir en que es una falacia afirmar que “la lengua es política”: la lengua no es política, la que es política es la intención de los seres humanos que utilizan la lengua.

La centroizquierda pretende erigir un lenguaje claro, transparente, carente de “acentos reaccionarios”, pero esta utopía ya fue planteada por Zamenhof hace 150 años y creó el esperanto, que no fue sino un artefacto carente de sentido, con “valoraciones” artificiales. Algunos sectores de izquierda (socialistas o anarquistas) trataron hace mucho tiempo de favorecer el estudio del esperanto, pretendiendo que las lenguas particulares tendían a desaparecer y que se podría hablar una lengua universal que no representara a ninguno de los “imperios” dominantes. Cometían el mismo error de los actuales entusiastas del inclusivo con E de pretender establecer cambios lingüísticos por decreto y fracasaron.

Incluso el mismo Saussure planteó las limitaciones del esperanto: si se impusiera algún día su obligación, dice, al día siguiente de esta imposición empezaría a modificarse y a cambiar. ¿Y qué hacemos entonces con “la lengua perfecta” o con “el lenguaje que no discrimina a nadie”? ¿Seguimos vigilando la lengua para que no se modifique (invirtiendo la acusación a los que no quieren cambiar con una similar a los que ahora sí quieren cambios)?

 

Razones ideológicas

 

La raíz del problema con el inclusivo con E está en el nefasto trabajo de deformación ideológica que vienen haciendo los principales teóricos del posmodernismo, desde hace cuatro décadas hasta hoy. Según Roland Barthes, “el lenguaje es fascista”, es decir que nos hace decir cosas que no queremos, de manera despótica. Como un jerarca nazi, el lenguaje es inalcanzable y está más allá de las intenciones de los hablantes. Para Michel Foucault, el lenguaje es una cárcel de la que los hablantes no pueden salir, porque todas las relaciones sociales son relaciones discursivas. En todas y cada una de sus frases, el lenguaje es sujeto y el individuo es su predicado (el lenguaje “nos habla”). Según Lacan, el significado circula libremente en la cadena de significantes, es decir que todo escapa a las intenciones de los hablantes. Estas concepciones nefastas han educado a varias generaciones de estudiantes y de intelectuales.

El lenguaje es, para estos representantes de la decadencia científica del capitalismo, un objeto autosuficiente, separado de la masa hablante, una fuerza opresiva imposible de controlar. No existe dialéctica entre el sujeto y la tradición, que efectivamente “oprime el cerebro de los vivos como una pesadilla”, pero la posibilidad del cambio y la revolución se da justamente cuando el ser humano se sacude de encima esa pesadilla. Y el cambio no es un suceso único y excepcional, sino que es la lucha diaria del hombre contra las tradiciones. Pero el cambio (la revolución) es un fenómeno que a los posmodernos les queda muy grande. Cuando se produjo la revolución bolchevique, los intelectuales rusos comprobaron, quizás con sorpresa, que se seguía “hablando ruso en Rusia”. Quería decir que los cambios políticos no tenían la misma lógica que los cambios en el lenguaje. Esta verdad evidente es reemplazada por la centroizquierda, para la cual la perspectiva de un cambio social se ha trasladado de la instancia política a la instancia de la subjetividad. Allí está su fracaso.

Pero ¿acaso, nos dirán los posmodernos, las palabras no crean realidades? Por supuesto: la religión es una muestra, el hombre ha creado divinidades y luego inventó reglas “divinas” a las que obedeció. Estamos allí ante la alienación del ser humano. Mutatis mutandis, se ha creado el lenguaje y este se ha elevado por encima del ser humano y se presenta ahora como un ser omnipotente. Los posmodernos se inclinan ante su nuevo dios: el lenguaje. Como descubren que este nuevo dios es patriarcal y autoritario, lo quieren reemplazar con un nuevo dios benévolo y feminista, un lenguaje perfecto, límpido como el cristal. Pero así como los utopistas querían desarrollar pequeñas colonias comunistas en lugares apartados, o buscaron desarrollar una moral terrestre deducida de algunos conceptos socialistas, o quisieron imponer un tipo de arte, o elaboraron un lenguaje como el esperanto, los actuales posmodernos pretenden terminar con el patriarcado sin terminar con el capitalismo, empezando por la última de las características del hombre que puede ser deducida por criterios racionales: el lenguaje cotidiano y, más particularmente, la concordancia gramatical. Son fetichistas del lenguaje.

Las jóvenes de la marea verde cantaban “Se va a caer”. La izquierda debe explicar pacientemente que no se va a caer, salvo que tiremos abajo al régimen del capital.

 

El inclusivo con E tiende a la desaparición de los géneros gramaticales

 

Si somos coherentes, si aplicamos los criterios del inclusivo con E a todas las manifestaciones del lenguaje, esta particularidad propuesta tiende a la desaparición del género gramatical de manera integral. Salvo que se plantee, y no sería raro que los posmodernos tengan esta postura, que cada uno puede hablar como quiera y hacer los cambios que crea necesarios de manera aleatoria (es decir, a veces sí, a veces no). No es verdad que, planteado el “inclusivo con E”, puedan permanecer en la lengua el masculino y el femenino por fuera de ese “tercer género”, y no es verdad que “sólo se aplica a las personas”.

El inclusivo con E, o “lenguaje no sexista”, pretende superar dos aspectos que, efectivamente, manifiestan la preponderancia del género masculino (gramatical) sobre el género femenino, en diversos aspectos, que hace ya tiempo han sido cuestionados. Primero, el masculino genérico, y segundo, la discriminación hacia personas que no se identifican ni con el género femenino ni con el género masculino. Los dos problemas tienen un estatus diferente y un tratamiento distinto.

Quienes coinciden con el inclusivo con E debieran dejar de utilizar las formas masculinas y femeninas del lenguaje. Si están en presencia de cien mujeres, diez mujeres o una sola mujer, ¿por qué utilizar las formas del femenino? No se puede saber cómo se “autopercibe” esa mujer. De hecho, deberán desaparecer los apelativos “mujer” y “varón”, justamente porque desconocemos el autopercibimiento de esas personas. En todos los casos, habrá que abstenerse de utilizar el masculino o el femenino, porque pueden estar discriminando, sin saberlo, a alguna persona (una o varias, entre cientos) que no se amolda a los patrones genéricos de la mayoría. Por lo tanto, siempre que nos dirijamos a personas, aun cuando creamos que se trata de varones o de mujeres, deberemos utilizar el inclusivo con E.

¿Pero acaso cuando no hablamos de personas sino de cosas podríamos utilizar el “viejo” lenguaje A/O de género? No sería adecuado, porque el plural mantendría la forma del masculino genérico. Si decimos “La silla es blanca” y “El sillón es blanco”, el plural debería ser “La silla y el sillón son… blancos”. Y volvemos a la “opresión” del masculino genérico.

¿No es más lógico, pregunto, no discriminar a nadie en los hechos, ayudar a las personas con sexualidades diferentes a superar las trabas y subalternidades a los que son sometidos por esta sociedad excluyente, y esperar que sean ellas o ellos los que nos indiquen cómo quieren ser tratados específicamente? ¿No es más lógico evitar las discriminaciones y marginalizaciones en los hechos, dejando que el lenguaje cambie en la medida en que puede cambiar? Los dos problemas (preponderancia del masculino sobre el femenino y discriminación a las personas no identificadas con esos géneros) pretenden ser borrados de un plumazo, pero tienen un tratamiento absolutamente diferente. Uno pertenece a la amplia mayoría del género humano y está asentado en última instancia en la biología, el otro pertenece al ámbito del cuidado por un sector muy minoritario de la población, y debe ser evaluado de una manera específica.

La “lucha” contra el masculino genérico ya se da desde hace algunas décadas incorporando, como dijimos, la forma femenina de los oficios, o señalando los dos géneros, como es tradicional en el socialismo: Flora Tristán le hablaba a “los obreros y las obreras”, o señalaba a “todos y todas”, ya en la Francia de 1840. Se pueden encontrar nuevas formas, sin violentar la forma habitual y por ahora espontánea de correspondencia A/O.

En cambio, el respeto al tratamiento de personas que no se sienten cómodas con un autopercibimiento masculino o femenino, debe transitar las vías de la personalización, la individuación, acompañado por supuesto de respeto e inclusión, pero nunca de la generalización.

Circula en las redes una pequeña narración donde una niña escucha que su maestra invita a “los niños que terminaron la tarea” a salir al patio. La niña no sale (ella no es niño) y es reprendida. Otro día la misma maestra pregunta a “los niños” quién quiere ir a jugar al fútbol. La niña se apunta, y también es reprendida porque ahora la maestra estaba hablando solamente de los varones. A esta falsa historia se le podría decir que el lenguaje está lleno de ambigüedades, que se solucionan aprendiendo y tolerando la ignorancia (porque el problema de esa maestra no es cómo habla, sino su criterio de castigo). Y que si esa maestra aprendiera a hablar con el inclusivo con E, podríamos tener la situación de que invite a “les niñes” a salir al patio, y no salga nadie, porque nadie se considera no sexual.

En rigor, lo que hace el inclusivo con E, y para eso hemos reproducido esa historia, es plantear un nuevo valor genérico. Si antes teníamos el “masculino genérico” (el masculino tenía el valor general, era el término no marcado, mientras que para hablar del universo femenino se lo marcaba con el femenino), ahora tendríamos el “no sexuado genérico”. Escucho a un periodista hablar de “mis hijes”, aunque tiene un varón y una mujer, es decir, ningún “hije”. Eso significa que el inclusivo con E quiere ser adoptado como nuevo genérico. No tendría nada de malo si eso fuera posible, pero la fonética de la masa hablante no va en esa dirección.

 

El inclusivo con E es una imposición

 

Lejos de todo espíritu “libertario”, el inclusivo con E es una imposición. No solamente porque todo hablante plantea una intención universal (toda autoconciencia persigue la muerte de la otra autoconciencia), sino justamente porque la concordancia gramatical A/O es considerada discriminatoria y heteronormativa. En varias oportunidades he tenido ocasión de escuchar que es un lenguaje que no se pretende imponer, pero bastó que la izquierda lanzara la consigna “Con los trabajadores, las mujeres y la juventud” para que todos los centroizquierdistas se arrojaran a la yugular de la izquierda, por ser supuestamente ajenos a la lucha de la marea verde, cuando en realidad fueron los únicos que sostuvieron esa lucha desde mucho antes de 1983, tanto en sus programas escritos como en la calle.

 

La izquierda no debe utilizar el inclusivo con E

 

El inclusivo con E es un lenguaje de centroizquierda, porque se asienta en las consideraciones filosóficas del posmodernismo, que no pretende tirar abajo el capitalismo sino que, en el mejor de los casos, sólo quiere realizar reformas que atiendan a la “libertad del individuo”. Por eso los kirchneristas fueron corriendo a tratar de legalizar este tipo de lenguaje en universidades e incluso en reparticiones públicas. No es una manera de aprovecharse de una tendencia general, porque nadie golpeó las puertas del Estado para que este modo de hablar (o mejor, de escribir) sea legalizado. Lo han hecho porque coincide con su concepción del mundo, que es ante todo subjetivista y basada en las apariencias de las cosas y no en lo sustancial. Creen en las identidades, pero no en que existe un régimen social opresivo. Como saben que no están transformando la sociedad en un sentido progresivo, se apoyan en las “subjetividades” y en todo símbolo cultural que les parezca que tiene un tinte progresista para fingir que son una fuerza transformadora.

Lo que se está generando, en definitiva, es un sector social que se identifica (supuestamente y de manera aleatoria) con una forma de hablar, como si por ejemplo se obligara a los adherentes de un partido a usar una misma vestimenta. En lingüística esto se llamaría un “ideolecto”, es decir una variedad lingüística que circula entre gente que tiene la misma concepción ideológica. Así como hay formas de hablar diferenciadas por edad, por zona geográfica o por grupo cultural, aquí se trataría de instaurar una forma de hablar distinta para… bueno, no se sabe bien para quién, porque no todos los que participaron de la marea verde (una movilización extraordinaria que pugnó por consignas concretas que el Estado debía garantizar) hablan o concuerdan con el lenguaje inclusivo.

Ahora bien, se pretende que el inclusivo con E “debe ser aceptado”, porque de otra manera es reprimido, pero no tiene ni siquiera un estatus de uso en sus formas escritas. Como hemos tratado de ilustrar, no se sabe cuándo debe ser aplicado, si a las personas, a las cosas, si en los saludos, si en todo el texto, si solamente a la gente “políticamente correcta”. Por ejemplo, en un acto de la izquierda una oradora dijo “que la crisis la paguen les capitalistas”. ¿No es mucho? ¿Debemos también cuidar la discriminación contra los representantes del capital?

Ni siquiera los adherentes al inclusivo con E sabrían adoptar de manera coherente y sostenida la gramática de este uso. La gente no sabe la concordancia “antigua” y se pretende que adopte una norma nueva que todavía no tiene entidad ni se conocen sus alcances. Un ideolecto de estas características, donde se pretende que un sector de la población se identifique públicamente con esta vestimenta lingüística, vestimenta por otra parte inestable y no definida, no tiene ninguna chance de superar la prueba de la confrontación social.

Un síntoma interesante: hace poco se realizó una nueva edición de un Diccionario de estudios de género y feminismo y las autoras, lógicamente feministas, optaron por no utilizar el inclusivo con E sino la X (que tiene un estatus exclusivamente escrito, y no oral). El inclusivo con E, se plantearon, borra a las mujeres de los textos.

La izquierda no debe utilizar el inclusivo con E, debe utilizar el lenguaje que utiliza el 90% de la gente, el 95% del tiempo. Una cosa serán las incursiones ocasionales de los militantes en las redes sociales, otra muy diferente son los programas y declaraciones “oficiales” de la izquierda, en cualquiera de sus vertientes. La izquierda debe utilizar el lenguaje de la mayoría.

Por supuesto que no hay que perseguir ni censurar, hay que explicar. Por supuesto que hay que oponerse a las censuras de los gobiernos capitalistas, pero en la medida de lo posible hay que utilizar un lenguaje llano y comprensible para todos y todas. Y, de pasada, reivindicar ese lenguaje que tiene un gran linaje en el socialismo, pues ya lo utilizó Flora Tristán, una de las creadoras del feminismo socialista: todos y todas, los obreros y las obreras. Y es importante insistir en este origen de una forma lingüística realmente inclusiva, para que no se confunda la gente pensando que la iniciadora de esta modalidad es una representante argentina del “capitalismo en serio”.

Se entiende que algunos dirigentes estén muy mimetizados con ciertos ambientes feministas, pero hay que considerar que la izquierda no se dirige exclusivamente a ese sector: la izquierda le habla a toda la gente, a todas las clases explotadas. Y hay muchas personas en esas clases que rechazan tajantemente el lenguaje inclusivo con E (mientras que es favorable o indiferente ante expresiones del lenguaje inclusivo, como “presidenta”, “ministra”, etc.).

Tampoco es verdad que el inclusivo con E haya sido el lenguaje de la marea verde. Que la marea verde (a nivel mundial) sea una de sus causas, no implica que sea su consecuencia legítima. También el foquismo fue la consecuencia de la revolución cubana, y sin embargo no era el método de lucha que la izquierda debía apoyar en los años 60. La marea verde se aferró a esta discusión justamente porque le daba la posibilidad de no cuestionar al capitalismo sino tratar de incidir en la “subjetividad”, que para el posmodernismo en su totalidad es el único ámbito en que se puede incidir en la vida política. Ellos hacen “biopolítica” y abogan contra la persecución de “los cuerpos” (incluso, “las cuerpas”), la izquierda debe hacer lucha de clases.

La izquierda va más allá de ello y mira más lejos que el sector militante kirchnerista que vive enarbolando esta práctica lingüística. No se debe hacer seguidismo con esta cuestión, se la debe considerar un fenómeno inocuo o bien un elemento que dé la posibilidad de volver a plantear cuestiones ideológicas y filosóficas más profundas.

 

Hernán M. Díaz

25.8.22

Comentarios

  1. No se trata de la letra “E” sino del estatuto performatico de la palabra.

    Henan, como siempre, muy instructivo e inteligente tu texto.
    Quisiera aportar dos ideas para continuar la discusión sobre el asunto; porque los psicoanalistas siempre suponemos que lo importante es que la cosa derive. No discutir sino discurrir. En este caso sobre el uso del lenguaje no sexista.
    Lo inclusivo.
    El feminismo como discurso único se ha roto en mil pedazos; de ahí que es importante ubicar la discusión no con un Otro pétreo; sino con posibles interlocutores que puedan decir algo sobre el asunto.
    Cómo en otro tiempo fue el marxismo, el feminismo hoy es un volcán de ideas en ebullición en donde cada concepto que hoy se afirma mañana puede ser denostando. Uno de ellos es “lo inclusivo”. Hace algunos años decir que una escuela era inclusiva podría ser sinónimo de que adhiere a cierta lógica derecho humanista. El punto es que luego se descubrió que la misma institución que expulsa luego se muestra inclusiva; lo que señala un mecanismo perverso.
    Por otro lado, quien está en posición de rey es quien incluye. No hay inclusión sin rey. En ese punto es muy interesante un libro en donde conversan Derrida y Ane Dufourmantelle. El texto se llama: “La hospitalidad”.
    Anne Dufourmantelle asiste al seminario de Jacques Derrida y le pide el texto de las dos clases acerca de la hospitalidad y la hostilidad, el otro y el extranjero. La xenofobia, la disolución de lo privado en lo público.
    El extranjero; claro interrogante que incluye la cuestión de lo inclusivo allí queda situado en un lugar particular; perdiendo su fuerza porque, al fin y al cabo, se disuelve en su propio veneno. Derrida ubica allí el problema de la pregunta sobre el ser. Vamos a suponer que estamos en un hospital y llega una persona; la cuestión que se presenta es si debemos abrirle la puerta sin más porque se trata de un ser humano o le vamos a preguntar nacionalidad, sexo, edad, clase social, etc.
    Por lo dicho, ser inclusivo no es clasificar y luego incluir sino al revés. Algo de esto decía Trotsky en. “arte y revolución”.
    “La revolución puede ser una puerta para el arte, pero una puerta abierta”.
    En el texto Derrida transforma al extranjero en huésped y entonces; todo se transforma en algo amoroso.
    Jugando con las palabras el cuidado y la amorosidad son términos que aparecen en el discurso feminista. Digamos que Fernando Ulloa lo trabaja en relación al alojar y Marcelo Percia, en relación al común vivir.
    “Conviene reservar la idea de un común vivir para disparidades que no se ajustan a los lugares asignados. Vagabundeos que no se someten a consignas unificadoras. ¿Hay una vida así?
    Tal vez en algún momento de la amistad y el amor, en la inesperada alegría de la fiesta o la de un juego no reglado”.

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  2. Lenguaje no sexista.
    Trabajo en relación a cuestiones relacionadas con violencia de género y salud. Allí esta discusión aparece diariamente porque está en el imaginario social. Algunos detractores aseguran que la inclusión de la letra “E” o “X” no va a cambiar absolutamente nada.
    Al respecto en el “Nuevo diccionario de estudios de género y feminismos” Juliana Enrrico plantea algo interesante. Ubica la discusión en referencia a lo transdisciplinario en donde se incluye cuestiones referidas a clase, raza y género. Estableciendo que el lenguaje tal como lo utilizamos tiene una impronta patriarcal, capitalista y racista.
    Cómo decirlo: el lenguaje no es neutral. Es performatico porque la palabra muerde.
    También allí aporta desde los feminismos una cuestión que transforma la discusión. No se trata para esta autora del lenguaje inclusivo, sino que plantea un lenguaje no sexista. Allí cita a Violi quien señala que la diferencia sexual no es solo bilógica sino semiótica; cuestión que permite abrir la discusión a lo social y cultural.
    Cuando digo: “feliz día del psicólogo” o mi prima Damiana se recibió de “arquitecto”. Aparece un lugar de enunciación excéntrico que encarna la diferencia sexual. De ahí, entiendo yo, que los feminismos critican los sistemas jerárquicos de enunciación del lenguaje.
    Para terminar de tanto leer este tipo de cosas una me ha conformado, al menos en parte. Alguien dijo por ahí que estamos en frente a un cambio importante en lo social que requiere nuevas palabras. Significantes que ayuden a nombrar lo que pasa porque lo viejo ya no basta. El lenguaje inscribe símbolos en la vieja estructura y esto no es sino consecuencias. Porque como decía el viejo Freud: “uno comienza jugando con las palabras y termina jugando con las cosas”
    Ángel – Bochi – Rutigliano.

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  3. Gracias por las referencias y por las reflexiones. Sobre el "feliz día del psicólogo", es muy sencillo decir "feliz día de la psicóloga y el psicólogo". Los inventos lingüísticos no mejoran la realidad, solo la enmascaran. La sociedad cambió y necesita palabras nuevas: la sociedad no cambió tanto, Bochi, y cuando cambió (por ejemplo, en 1917 en Rusia), se siguió hablando el mismo viejo lenguaje. El lenguaje cambia mucho más lento que la sociedad, y no puede cambiar por decisión voluntaria de uno o de varios. El hablante va por donde le parece. El lenguaje "inclusivo con E" se presenta socialmente como un ideolecto, propio de un sector "militante" e ideologizado, ajeno al común de la gente. No hay que opinar sobre su uso a partir del pequeño núcleo que lo usa poco y mal.

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  4. Hernan...quisiera que los textos entren en dialogo...y no polemizar. No te hagas el "mequetrefe".

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  5. Estoy de acuerdo con que "incluir" no es clasificar, pero ese tema no roza el problema del lenguaje inclusivo, ya que... no es inclusivo sino expulsivo. Vos mismo planteás que "hay cosas que no se pueden enunciar". Si digo "amigos" dejo afuera a las mujeres, si digo "amigas" dejo afuera a los varones, si digo "amigues" dejo afuera a las mujeres y a los varones. No hay solución: el lenguaje no puede recuperar todo. Es más: al lenguaje no le interesa la "realidad total", dejemos de pensar que el lenguaje integra todo, exhibe al mundo "tal cual es" (¿qué sería eso?). Lo concreto es lo que hacemos con el lenguaje, la intención que tenemos al hablar. La palabra "negro" en sí misma no es discriminatoria. La puedo usar como apelativo de afecto, pero también puedo usarla de manera discriminatoria ("la Argentina está llena de negros"). Lo que Marx decía en La Ideología Alemana era que el lenguaje era la concreción del pensamiento, pero ahora sabemos que también las acciones son la concreción del pensamiento. Qué hacemos con lo que hablamos. La dimensión pragmática supera completamente el papel del lenguaje como representación exacta de la realidad. Todo lo que decís del lenguaje, Bochi, está basado en creer que puede existir un lenguaje perfecto, democrático, no discriminatorio, progresista en el buen sentido de la palabra. Es una falsedad. Hablemos con buenas intenciones, no discriminemos en la realidad, ayudemos a la liberalización de las costumbres y terminemos con el capitalismo, no existe atajo.

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  6. "El lenguaje no es neutral", decís. Pero el lenguaje es neutral, lo que no es neutral son las intenciones. Y eso se observa en la situación de enunciación, en saber quién es el enunciador, en ver el contexto de las palabras. Las palabras en sí mismas, el signo es neutro. Hay que pensar en las personas, y no en los "sujetos", como piensa cierta teoría social francesa de los últimos años: individuos "sujetados" por el lenguaje, que no pueden escapar a lo que el lenguaje les hace decir. No podemos salir del lenguaje, pero podemos avanzar más allá de lo que nos impone ese lenguaje: ahí están las intenciones, las acciones, las correcciones, las aclaraciones. Nunca nadie se sintió discriminado porque el otro decía un genérico masculino. Obviamente que el genérico masculino señala un viejo patriarcalismo, pero no nos sacamos el patriarcado de encima por modificar eso, y además es inútil porque la costumbre y la fonética nos llevan para ese lado. La ilusión es pensar que cambiando la consecuencia (las palabras) vamos a cambiar las causas.

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